lunes, 24 de febrero de 2014

Cubrir la retirada



En 1975 cuando aún faltaban 4 años para el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua, dos guerrilleros jinotepinos y un chinandegano cayeron en el Sauce, León. Entre estos, la chinita que dejaría un legado en el país: Arlen Siu. A pesar de no tener detalles acerca del día en que ella cayó, por medio de testimonios e investigaciones se ha logrado escribir una historia, hecho o como quieran llamarlo que se acerca a lo real.
Por Ana Siu


Los árboles del espeso bosque de la comunidad del Guayabo en el Sauce, se agitaban por el viento de una mañana de agosto. La tierra estaba seca, y tres hombres se esforzaban por cavarla hasta formar una fosa; frente a ellos tres soldados de la Guardia Nacional con rifles Garand en mano para intimidar a los campesinos.
José Antonio Ruiz, uno de los que cava, sale de la fosa y trae primero uno de los cadáveres. El muerto es un hombre alto, moreno, pelo liso y delgado; debido al peso otros lo ayudan a cargarlo y de un golpe cae en la tierra húmeda del fondo.
El que sigue es más pequeño, más blanco e igual de delgado. Se escucha como el peso del cuerpo que va cayendo mueve la tierra, el cadáver queda al otro extremo del primero. Pero falta un cuerpo más, uno diferente, una mujer. Ruiz la toma con cuidado y observa el pantalón verde olivo y grueso que viste la muchacha de 19 años, mira su rostro que a pesar de las heridas sigue siendo fino y blanco. El cuerpo cae precipitadamente en medio de los otros dos, con los brazos abiertos y boca abajo.
Ruiz, rubio y de ojos azules intenta bajar a la fosa para acomodar los cadáveres, pero inmediatamente es detenido por una orden. “¿Y vos a dónde vas? ¡Ahí deja que se pudran esos hijoeputas!”, le ordena uno de los guardias, mientras lo amenaza colocando el arma en su cabeza. Nadie dice nada, todos tienen miedo de esos asesinos. “y para que miren que somos buenos, ahí están estas pastillas”, grita el otro guardia, mientras tira una bolsa llena con pastillas acetaminofén.
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Mireya era el seudónimo que adoptó Arlen en su clandestinidad y con esto también cambió su oscuro y largo cabello, por un cabello corto y claro. Antes de llegar al Sauce, Arlen estuvo varios días en León, donde se hospedaba en una casa de seguridad con una familia muy humilde que no podía alimentar muchas más bocas que las de su ya numerosa familia. Dentro de ese grupo de guerrilleros está Julia Herrera de Pomares, que todos los días con sus estómagos vacíos sostenían entre ambas un plato de frijoles que debían compartir. Solo un plato al día.
Debían seguir su camino y lograr su último fin, que era entrenarse en la escuela militar que se encontraba en el Sauce. Ahí afinarían sus técnicas, pasarían de ser guerrilleros empíricos a ser casi profesionales para batallar.
El Sauce es un municipio ubicado a 177kms de Managua y a 87kms de León. Es una ciudad árida, llena de casas hechas de ladrillos de barro. Todas lucen iguales, del mismo tamaño, del mismo material y hasta de la misma forma. El sol es abrasador, una hoja no se mueve en ese lugar. La gente camina por las calles sin preocupación, van a la iglesia y de vez en cuando se sientan en el parque.
En una de estas casas  de ladrillo vive Nieves López, una joven recién casada que le cocina a su marido todas las tardes para recibirlo con una rica cena. Pero hace dos semanas que observa por la ventana que da a su patio, a una joven no muy alta, muy delgada y con el pelo corto que llega en busca de su marido.
Su esposo es el “correo”, quien le lleva mensajes a los guerrilleros que se encuentran en una escuela de entrenamiento militar. La joven a la que llaman Mireya llega diario a buscarlo, platican con rapidez, intercambiando solamente palabras en clave y algunas miradas, que luego ella transmitirá a sus compañeros de lucha.
Pasados unos días en el Sauce, se dieron cuenta que era demasiado peligroso seguir en la ciudad y deciden adentrarse a la montaña. En la madrugada de un 1ro de Agosto sale una columna de guerrilleros hacia un camino de tierra. Con dificultad van pasando entre las ramas, sus pies están puro ampollas y sus cuerpos desgastados por una mala alimentación y noches sin dormir.
Caminan a través de un bosque espeso y húmedo, atraviesan corrientes de ríos, se deslizan en el lodo y se apoyan de las ramas para no caer. Luego de caminar 10kms llegan a una comunidad llamada el Guayabo, donde solo encuentran dos casas. El lugar está lleno de árboles y el césped llega hasta las rodillas; es parecido a un cerro  la primera casa está en la superficie plana del lugar y subiendo un poco más está la segunda.
En la más alta los están esperando, pero Arlen atraída por el llanto de un bebé en la casa de abajo se dirige hacia ella y golpea. Son las 3 de la mañana y Ángela Ruiz está sentada en una mecedora, con su niño recién nacido en brazos mientras le da de mamar. ´´!Pero que niño más lindo!´´, exclama la chinita y Ángela se voltea para ver quién le habla, sus miradas se cruzan por unos segundos y Arlen le extiende los brazos para chinear al pequeño.
Se sentaron una al lado de la otra, intercambiaron saludos y gestos amables, hasta que Ángela interrumpió el silencio y preguntó: “¿Quiénes son ustedes?”. Arlen volvió a verla con sus ojos oscuros y el pelo en su cara “Venimos a hacer una limpia de las personas que roban”, respondió con calidez. Ángela no hizo más preguntas.
Platicaron un poco, sobre cosas del campo, de los niños, de los ojos claros de toda la familia Ruiz, incluyendo al bebé que aún no tenía nombre. Solo el murmuro de los guerrilleros que platicaban afuera se escuchaba, Arlen sacó de su mochila una ropa de bebé y unas pastillas. Se las entregó a la madre del niño y le pidió que se lo prestara para pasearlo un rato, Ángela aceptó.
Arlen vio en Ángela la personificación de su poema María Rural. Era una campesina que luchaba cada día por sus hijos, que buscaba día a día una razón diferente para seguir levantándose, a pesar de sufrir cada vez más. Ángela era esa mujer pobre y desolada por la que la chinita se enlistó en la lucha que liberaría a la mujer, al pobre, a los niños.
Arlen subió a la otra casa con el niño en sus brazos, mientras le cantaba canciones de cuna con su voz dulce y a la vez imponente. Se quedó debajo de un árbol platicando con Hugo Arévalo, un tipo alto y moreno de Jinotepe y con Gilberto Rostrán que era chinadegano.
Conversaban acerca de qué pasaría después del triunfo, de la ideología marxista y del feminismo del que tanto hablaba Arlen. Discutían temas profundos y de vez en cuando hacían una broma para disminuir la tensión. Los brazos y manos de los tres estaban llenos de rasguños por la prolongada estadía en la montaña, ya los tres estaban agotados y a pesar de no ver muchos resultados inmediatos, retroceder no era una opción.

Canción escrita y musicalizada por Arlen Siu

María Rural
(Arlen Siu)

Por los senderos del campo
Llevas cargando tu pena
Tú pena de amor y de llanto 
En tu vientre de arcilla y tierra

Tu tinajita redonda 
Que llenas año con año
De la semilla que siembra
El campesino en su pobreza

Hoy quiero cantarte maría rural
Oh  madre del campo
Madre sin igual 
Hoy quiero cantar
Tus vástagos pobres
Tu  despojos triste
Dolor maternal

Desnutrición y pobreza
Es lo que a vos te rodea
Choza de paja en silencio
Solo el rumor de la selva

Tus manos son de cedro
Tus ojos crepúsculos tristes
Tus lágrimas son barro
Que derramas en las sierras

Por esa razón en esta ocasión
Hoy  quiero cantar
A tu corazón
Hoy quiero decirte lo que siento
Por tanta pobreza y desolación 
 
Por la praderas y ríos
Va la madre campesina
Sintiendo frío el invierno
Y terrible su destino

Por los senderos del campo
Llevas cargando tu pena
Tú pena de amor y de llanto 
En tu vientre de arcilla y tierra

Hoy quiero cantarte maría rural
¡Oh!  madre del campo
Madre sin igual 
Hoy quiero cantar
Tus vástagos pobres
Tu despojos triste
Dolor maternal

Video en homenaje a Arlen Siu